domingo, 20 de enero de 2013



Había una pisada, como huella en el camino. Creí por un segundo, tomar el estigma de una anticipación. Olvidándolo después por un repentino despertar. Despertar después de años durmiendo. Abrir los ojos, tras un pestañar, y mirar por primera vez hacia atrás. Consiente de cada paso. El estigma se hacía presente de nuevo. Algún día tendré que acordarme, me había dicho. Olvidándome incluso de esto. Y sólo hoy abro los ojos, después de nacer en medio de las lágrimas y el cordón umbilical. Con cosquillas que atraviesan mi cuerpo, y aún no sé si aquellas son buenas o pequeños escalofríos que predicen algún momento. Me limpio, en busca de mi antigua pureza. No estoy segura si la perdí o si nunca la tuve. Me encuentro tirada en la tierra después de haberme revolcado horas a ojos cerrados. Siempre a ojos cerrados. Pocas memorias, y recuerdos que me hagan entender. Yo en una micro, agarrada del mango que me sostiene en caso de caerme. Poniendo “play” a un antiguo reproductor de música de mi hermano chico y acordándome de él. Siempre le he dicho “el” como si no pudiese nombrarlo. Víctima de un experimento podría explicar cierto amago de cariño. Yo, en la micro, soltándo el mango para acto seguido caer al suelo. Él desaparece en ese instante, para hacerse ver el próximo año, día tras días. Yo seguía dormida.