domingo, 22 de febrero de 2015

Que triste es,  mirarse al espejo y no creerse.
Creerse, por no quererse.
Y si se reflejara una gota de agua en alguna esquina,
no quererla tampoco.
Y llorarse todos los días en secreto y a voz callada,
porque una vez que escribo estoy sola,
sola yo conmigo.
Yo y una mísera cantidad de palabras
qué inútiles, jamás se expresarían
no, ni si quiera una fracción
de cuanto quiero pasar.  
Más que lindas que son algunas
parecen poder  cantar bajo el agua
con la voz más aguda
y sosteniendo un paragüas.
Tantas cosas las embellecen.
Tantas a mi me palidecen.
Pues me hablo a mi misma para estar con el otro
bajo cielos y mareas y gaviotas.
Pero retumba en mi el verso
“Tal vez nos quede todavía
algún árbol en la ladera que podamos nosotros contemplar
de nuevo cada día”
ya que lo bello es en mí, mi salida.
Y esa frase tanto me duele,

como si quemara el fuego en mis manos.